Míseros labios nacen del mendigo
que tienen en sus lindes parvas migas,
migas de tirria, fieras enemigas
del rico y de él reciben el castigo.
Miradas inundadas sin abrigo,
miradas que sin mies y sin espigas,
llevan en campos áridos las vigas
del odio sobre el hombro y no hay testigo.
Muriendo, están muriendo a cada instante,
por culpa de aquel hombre que ha enterrado
el alma y a merced de una bacante
se halla, inciertamente, aureolado,
en este mundo donde el ser distante
con elogios y aplausos es pagado.
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